El porcentaje de aprobación de Obama por la población alcanza un 64%, dato realmente grande para un gobernante.
Pero cuando se trata de evaluar el grado de satisfacción con el estado actual del país (62% insatisfechos), la moral general de la gente ante la situación (53% negativa y sólo un 8% positiva) y la evaluación del status de vida (52% próspero contra 45% dificultoso); se puede vislumbrar una especie de pedestal urbano que ubica a Obama como la gran promesa para que todos los problemas de Estados Unidos lleguen a feliz arreglo.
Este tipo de datos, que llegan a manos del equipo presidencial, ponen una presión extra en la administración muy similiar a lo que se vive en México cada cambio de gestión:
Está claro que elegimos a un gobernante bajo la promesa de esperanza y prosperidad.
Hay que recordar que, como es experiencia en el país Azteca, mientras mayor es la estatura más fuerte es la caída. Es difícil mantener un estado de popularidad cuando hay tanto en juego, y sobre todo cuando la población sólo verá un avance cuando se refleje en el bolsillo.
Es encantadora la gran movida que ha generado el primer presidente de color de Estados Unidos, que ha sido partícipe de varias de las innovaciones estratégicas en materia de política más significativas de este siglo. Su ejemplo será seguido por muchos políticos en el mundo.
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